MANIFIESTO
NOTA IMPORTANTE: EL CONTENIDO DE ESTA ENTRADA ES FICCIÓN Y FORMA PARTE DEL LIBRO LA BIOGRAFÍA DEL DOLOR

Seguro que ya habrás leído nuestro manifiesto, esa declaración de nuestras intenciones derivadas de nuestras vivencias y los valores que presiden nuestra vida. Puedes consultarlo completo a continuación, si te interesa, si quieres comprender qué somos, quiénes somos, que nos mueve.
Únete a nosotros. Somos un movimiento que no se agota en sí mismo. Siempre habrá personas que estarán en nuestra situación, siempre y cuando no pongamos remedio. Estamos vigilando, asegurándonos de que los excesos de otros no traigan más dolor. Necesitamos un ejército de humanos responsables que velen por el bienestar de los que queremos. Sigue nuestro blog. Participa en nuestro grupo. Háblanos de tu dolor…
MANIFIESTO
¿Qué es el dolor?
Lo es todo y no es nada.
Es impreciso o concreto.
Difuso o específico.
Un relámpago que te asola.
Un trueno que rompe el silencio.
Una tormenta que desborda los diques donde se contenía la hemorragia.
Es una sensación desagradable, como un pinchazo, un hormigueo, una picadura, un ardor o una molestia. Puede ser agudo o crónico. Puedes sentirlo en algún lugar del cuerpo o lo puedes sentir recorriéndote de pies a cabeza.
Y también puede dolerte el alma entera.
El dolor no siempre es curable, pero hay muchas formas de tratarlo. A veces puede ser una ilusión, como cuando duele una parte que ya no tienes, un miembro fantasma. Porque el dolor también puede ser un engaño, una mentira, una falacia, una trampa.
¿Qué es el dolor? En realidad, nadie lo sabe, porque no es un término unívoco, porque cada dolor es único, inespecífico o evidente, punzante o dormido, lacerante o difuso, intermitente o constante. El dolor es una experiencia personal y singular, distinta para cada ser vivo, diferente en su umbral de percepción.
El dolor es una señal, un aviso, una alerta. Es el primer eslabón de una cadena que puede acabar por romperse. Es lo que desata la reacción consciente de que algo no va bien, de que algo ha empezado a no funcionar, de que es hora de prestar atención y poner un remedio.
Es una punta de lanza desgarrando la carne.
Es un cuchillo abriendo la piel.
Es el alarido que te raspa la garganta.
Es el momento en el que se alumbra una vida.
El dolor es un grito de socorro, una chispa que prende un fuego, un bramido pidiendo ayuda, un lamento y un desconsuelo.
El cuerpo humano es un organismo complejo, que adolece y disfruta. Es capaz de alcanzar el gozo estético, el éxtasis en un orgasmo, un placer incomparable ante un logro, un arrebato al escuchar una melodía que nos transporta a un momento en el que fuimos felices. Pero también se abandona a la agonía de manera sumisa, poniendo todas sus células a merced de un sufrimiento que provoca el caos, un colapso, incluso la muerte.
El dolor es una herida pero también una cicatriz. Es una huella, un rastro pegajoso y persistente, porque deja marcas algunas de ellas indelebles, como la de la pérdida, que aun con el paso de los años sigue gritándonos que sigue ahí, a veces con un sutil mensaje, otras con una fiereza animal.

El dolor es una chispa entre dos neuronas que nos traen un recuerdo que nos emborrona la vista y nos llena los ojos de lágrimas. Es un camino de desolación que no nos queda más remedio que recorrer.
El dolor es un bisturí que accede al interior de forma pausada pero violenta, que abre el camino de la sangre. Es el roce de una ortiga, es una llamarada que incendia nuestra piel, es la mordedura de un animal salvaje.
El dolor es un tirano, porque nos obliga a cederle todo el protagonismo, nos reclama a cuerpo entero, nos secuestra, nos somete y nos hace suyos. Nos doblega, nos reduce, nos deja en el más hondo desamparo.
El dolor es un compañero ruidoso, que no se calla, que es chillón en ocasiones, que es sordo otras veces, pero del que notas su presencia evanescente o plena de materia.
El dolor es la punta del iceberg porque debajo esconde un gigante tenebroso, un abismo de sufrimiento.
El dolor es un mensaje que hay que descifrar.
El dolor es la pieza de un puzle, ese pequeño fragmento del rompecabezas, que requiere de análisis, de pruebas, de buscar sin denuedo para terminar de formar esa imagen completa de la que ese dolor solo era un indicio de un problema mayor.
Porque el dolor existe y es muy real.
Porque el dolor habita múltiples formas, nunca iguales.
Porque el dolor forma parte de nuestra existencia, la colma y la rebosa.
Porque el dolor exige que prestes atención a la historia que te cuenta. Una historia relevante, de la que no puedes quedarte al margen, de la que no puedes escapar.
Porque el dolor, como todo, tiene su propia biografía y se compone de múltiples experiencias.

Nadie conoce qué límites puede llegar a rebasar hasta que sufre de verdad. El dolor es una unidad de medida única e incomparable. Cuando llega, lo hace arrasando con todo, desmontando el castillo de naipes que es nuestra personalidad, deshaciéndose de cualquier obstáculo que le robe la atención. Hace que todo se vuelva relativo en torno a él, minúsculo e insignificante. Te roba la capacidad de pensar, hace que te olvides de los convencionalismos y hasta de lo que es o no moral.
La ética se diluye.
Los valores se difuminan.
El autocontrol se vuelve una ilusión.
El dolor manda.
Es el gobierno de la angustia.
En el momento que el dolor es tan fuerte que te desgarra, solo quieres gritar y sacar de dentro toda la masa infesta que vuelve la realidad una pesadilla. Necesitas liberarte, soltar esa carga que te asfixia y que vuelve el mundo un lugar inhóspito en el que no existe el silencio porque tu dolor te grita. Aplastarías al que tienes enfrente, le machacarías si fuera necesario, si así consiguieses hacer desaparecer ese dolor fiero e indomable que te subyuga y te sujeta entre sus garras.
Hasta que no llega a ti en una intensidad tal que no te permite pensar, no eres capaz de saber tus límites, de definirlos con una claridad inimaginable. Las líneas rojas se difuminan hasta hacerse casi invisibles, rebasándolas con cada oleada de dolor. No creerías de qué puedes ser capaz. Te domina, te somete, hace que no veas más allá, porque lo que hay ahí fuera no existe sino bajo su eco.
¿Qué te dice tu dolor?
Escúchale.
Tiene una historia que contar.

Los grandes proyectos requieren estructuración, planificar hasta aquel movimiento que parece nimio, una diminuta partícula de nada que eclosiona y acarrea consecuencias devastadoras. La estrategia es la clave. Como una partida de ajedrez. Cada pieza tiene una función. Cada movimiento tiene un propósito. Los participantes y el rol que deben jugar se ha elegido después de una intensa deliberación. Es posible que no les guste lo que tiene que hacer, pero es necesario. Algunos se convertirán en héroes. Otros seremos verdugos. Y otros no serán más que peones. Pero desde luego no víctimas, porque sus acciones son las que les han colocado ahí. Es el precio del dolor.
Todo lo que se haga debe transmitir un mensaje. No es un asunto baladí. Porque la raza humana se ha vuelto impasible, difícil de conmover. Siempre con el hocico hundido en las pantallas, en esos endemoniados aparatos que les conducirán a la aniquilación. Arrastrados por ese egocentrismo preocupante, esa mirada continua hacia nuestro propio ombligo en medio del reinado del selfie, que tanto se parece a “selfish”, esa palabra que en inglés precisamente significa egoísta.
Sembrar el horror no es cosa de mentes frágiles. Hace falta temple para resistir, para evadirse en ocasiones, y poder llevar a cabo esta empresa que implica causar deliberadamente dolor. Un dolor por otra parte necesario, pues no hay otro modo de levantar a esas conciencias que permanecen en estado de latencia, idiotizadas y dominadas por algoritmos estúpidos.
El ser humano se ha insensibilizado. Primero fue la caja tonta quien le convirtió en una centrifugadora de desgracias. Ahora caen una tras otra sin tiempo para respirar, sin una mínima pausa para asimilar el dolor ajeno. Lo miramos con ojos indolentes, vacíos de sentido, inánimes. Es hora de despertar de ese letargo. Es tiempo de levantar la cabeza para ver qué hay más allá. Es hora de reflexionar acerca de lo que el sufrimiento nos transmite, de ese mensaje que ha quedado sepultado por montañas de basura. Es hora de volver a formas de vida más sencillas y empáticas, en las que el dolor y la tristeza se relataban para dividirlas mientras que la alegría y la dicha se compartían para multiplicarlas. En el reinado del placer nos hemos olvidado de que otros sufren y no lo queremos saber. La venda es lo que funciona. El telón que oculta lo que no queremos ver. El único alivio para nuestras conciencias es un botón en una pantalla que nos trasladará al metaverso donde podremos darle un poco más la espalda a la realidad.
Los idealismos están ahí para algo, para despertar esos cerebros que parece que quedaron en pausa, para agitar las mentes embotelladas en un hedonismo egoísta y ridículo, para revolver a esos congéneres tiranizados por el dinero y los bienes materiales.
La biografía del dolor tiene un significado profundo, porque el dolor nos define como personas, nos hace ser quienes somos, construye nuestra historia a base de caer y levantarnos, nos enseña lecciones importantes y nos ofrece una oportunidad de crecer cuando llega la adversidad. El dolor crea valientes, porque solo se sobreponen los que se enfrentan a él con la cabeza bien alta, dispuestos a mirarlo a la cara y aprender todo aquello que tenga que enseñarles. Estamos aquí para mostrarle al mundo qué lección nos ha dado nuestro dolor. Intentamos hacernos escuchar por vías convencionales, pero nadie quiso hacernos caso. Vuestra falta de atención nos ha obligado a recurrir a cosas de las que nunca nos creímos capaces. Pero hay injusticias que deben ser castigadas y hay lecciones que requieren de lo que ya decía el refrán: la letra con sangre entra.
La rueda ha empezado a girar. Ya no hay vuelta atrás. Solo cabe esa huida hacia delante que es el destino, uno que hemos reescrito. El rompecabezas solo estará completo cuando todas las piezas del puzle encajen.
Tendréis que mirar.
No os quedará más remedio.
No permitiremos que tengáis elección.
Nadie tiene derecho a causarle dolor a otro ser humano. Nadie debería cometer tal aberración. Es infame, abominable y rastrero. Es propio de bestias. De la peor de ellas. El ser humano es capaz de realizar las acciones más viles que la naturaleza pueda imaginar. No hiere a otro ser vivo por el noble e ineludible valor de la supervivencia, sino por placer y deleite, o simple y llanamente, porque puede.
Aprovecharse del dolor ajeno supone un grado más de mezquindad. Implica una total ausencia de dignidad, un absoluta abolición de lo que se considera natural. A veces, ese aprovecharse de un ser doliente solo persigue un beneficio económico, el más deleznable de los propósitos. El menos justificado. Solo por el vacuo y vacío dinero. Por el hambre de poseer. Estas primeras víctimas son ejemplo de ello. Sin embargo, no son merecedoras de llamarlas así, víctimas, porque eso supone un grado de indefensión y de inocencia que ellos no tienen. No pueden ser merecedoras de ningún tipo de compasión, no lo merecen. Son culpables de la avaricia sin límite de sus deseos impuros, espurios y banales, del afán de lucrarse a costa de otros. Por ello, por ser parásitos del dolor ajeno, merecen una pública ignominia. Y un castigo incontestable. Una exposición de sus pecados. Una sanción que no permita volver atrás. Una penitencia que implique un análisis previo de sus conciencias. Porque es importante que sepan que los ha conducido al abismo, es necesario que conozcan que sus pasos les han dirigido a este final. Ellos lo eligieron. Nosotros solo dispusimos los medios.
La humanidad necesita un aviso. Todos aquellos que asisten impávidos al dolor ajeno, deben despertar de una vez y para siempre. Hemos venido a agitar conciencias, a remover sentimientos dormidos de unidad y ayuda. Tenemos un mensaje que expandir. Lo que hacemos nos ayuda a sanar y será providencial para evitar que se repitan sucesos como estos. Stanley Park, el museo de El Mundo de la Ciencia, Granville Island, Davies Street, Gastown y su famoso reloj de vapor, Olympic Couldron, el jardín botánico VanDusen y otros escenarios que se han convertido en la crónica del dolor no son más que recordatorios de cosas que nunca debieron pasar y que sucedieron solo por el capricho injusto de seres desalmados.
Todo ese dolor ha escrito una biografía de la que algunos ya no podemos escapar, porque está grabada con nuestra sangre o con la de nuestros seres queridos, incapaces de defenderse, imposible traerles de vuelta a la vida.
No podéis detenernos.
Solo os queda esperar a que el rompecabezas se complete y el juego termine.
Las piezas empiezan a estar sobre la mesa.