Arranca la segunda parte de la trilogía Twilight Case. En esta ocasión, con una trama bastante diferente de la primera, con historias que se entrelazan y suceden en épocas diferentes pero cuyas ramificaciones llegan hasta un presente incierto.
Muchos de los personajes de La Hora Del Ocaso permanecen, pero habrá nuevas incorporaciones que aportarán matices especiales al libro. No te hago esperar más. A continuación, te dejo las primeras líneas de un libro que aún se hará esperar varios meses.

Prólogo
Veinte años antes…
Salió a la calle. Dejó la puerta abierta de par en par. Caminó por el jardín, abrió la pequeña verja y salió a la acera plagada de hojas. Parecía un mullido colchón debido al viento de la pasada madrugada. Aquel día los operarios del Ayuntamiento no habían pasado a barrer. Era una gélida tarde otoñal pero aquel crío no parecía sentir el más mínimo frío. Caminaba por la calle con el cuchillo aún en la mano. Un cuchillo de cocina corriente, tal vez el típico para cortar la carne. Aún caían gotas de sangre. Gotas de un rojo intenso iban marcando el camino como migas de pan. Eran gotas espesas, lo que hacía intuir que procedían de una fuente intensa de exanguinación. El niño no parecía tener salpicaduras en su ropa, salvo en el puño de la manga derecha de su jersey. Tal vez no era ni víctima ni verdugo, sino un simple observador que había llegado en el momento menos oportuno.
Caminaba con la mirada perdida. Vacía. Ausente. No había resto de consciencia en aquellos ojos. Simplemente, seguía sus pasos y miraba hacia ninguna parte. Se oían gritos a su paso, pero él parecía insensible a su sonido. La gente le miraba sorprendida y asustada a la vez. Era sólo un crío, no podía tener más de diez años.
Por fin, a lo lejos se escucharon las sirenas de la ambulancia y la patrulla de la policía. El niño no parecía herido, pero nunca se sabe, sobre todo porque las heridas del alma no sangran a simple vista, aunque hagan que se te escape la vida como si hubiera una fuga dentro de ti.
El policía rubio se acercó al chaval. Empezó a hablarle pero el chico seguía sin responder. Le agarró de la muñeca en la que portaba el cuchillo, de forma suave, con movimientos delicados y medidos, pero firmes al mismo tiempo. Logró quitarle el cuchillo. Le hablaba pero el niño seguía como si nada, como si no escuchara. Sus ojos no miraban a ninguna parte. Sus pupilas estaban dilatadas.
Acudieron los sanitarios y se hicieron cargo del chaval. Cuando los policías descubrieron de donde había salido el niño, pidieron refuerzos y, al menos, una ambulancia más. La mujer había sobrevivido, aunque estaba en muy mal estado. Para el hombre parecía no haber esperanza. Le habían degollado de izquierda a derecha, con un corte inestable e inseguro pero contundente.
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