
Estoy volviendo a leer un libro que me regalaron hace muchos años y que considero que ahora es más necesario que nunca. Es un libro que fue súper ventas en su época y que, imagino, sigue siendo un best seller. De hecho, al parecer, hubo una tendencia hace unos años entre las empresas en las que compraban numerosos ejemplares para que los leyesen sus empleados. Este libro que cuenta la historia de dos pequeños ratones y dos liliputienses no es otro que ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson.
¿Por qué sacar ahora a relucir un libro de carácter eminentemente empresarial? Bien, pues la respuesta es sencilla. En primer lugar, este libro habla a través de una ingeniosa fábula de la adaptación al cambio, lo que parece diseñado para el momento actual. De hecho, en nuestra historia reciente no habíamos tenido que experimentar tantos cambios y, en cierto modo, tan radicales como en el presente. En segundo lugar, aunque parece un libro diseñado para empresas, es totalmente válido para aplicarlo a nivel personal, puesto que muestra las diferentes actitudes que podemos mostrar cuando el cambio se presenta en nuestras vidas, sea en la faceta que sea.

A veces, nos sentimos paralizados por el miedo a lo desconocido, porque la zona de confort, por mala que sea, es lo que conocemos, así que, ¿para qué salir y enfrentarnos a un mundo de posibilidades aterradoras? Pues bien, porque lo que hay más allá es la zona de aprendizaje en la que evolucionamos y ponemos a prueba nuestras capacidades. Nuestro cerebro es un órgano vago al que le gustan las rutinas estrictas que no implican demasiado esfuerzo. Pero, por desgracia, según indica la neurociencia, ese hacer siempre todo de la misma manera, ese no desafiarnos a hacer algo diferente, hace que mueran conexiones neuronales y envejezca el capitán de la nave, es decir, el cerebro. Necesitamos desafíos, precisamos cambios para mantenerlo en plena forma. Además, afrontar nuestros miedos y, además, terminar por vencerlos, nos hace sentir muy pero que muy bien. Imagina o, mejor dicho, recuerda una situación a la que no te querías enfrentar pero que acabaste por superar. ¿Cómo te sentiste? Seguro que lo recuerdas. Es una sensación imborrable, como si alguien la hubiera grabado en piedra en tu memoria. Cuanto mayor es el desafío, mayor es el sentimiento de orgullo y de victoria. Al fin y al cabo, estás demostrándote que puedes, te estás autosuperando. Y eso le sienta realmente bien a nuestra autoestima.
No significa que el cambio siempre sea para bien o que siempre sea positivo, aunque SIEMPRE lleva implícito algo bueno porque, aunque no logres tu objetivo, aunque el fracaso esté al final del camino, al menos lo has intentado y te habrá servido para aprender de los errores, porque la victoria no nos enseña demasiado, pero ella derrota nos obliga a pararnos a analizar qué hemos hecho mal para no caer en las mismas equivocaciones la próxima vez.
Esto lo trasmiten muy bien el grupo inKNOWation en su vídeo ¿Te atreves a soñar? que para mí marcó un antes y un después en mi manera de ver ciertas cosas. Ya no me quedo en el típico mantra que nos repetimos en algunas ocasiones del tipo: «es que a mí eso no se me da bien» para no intentar algo que quiero. Si realmente lo deseo, voy a por ello o, al menos, exploro qué hay más allá.
Si tienes siete minutos, te invito a que lo veas. Tal vez podría decirse que no es un vídeo apto para conformistas… Pero, ¿quién soy yo para asegurarlo? Todos llevamos un corazón luchador, aunque a veces lo olvidemos.
3 comments ›