No hay dolor que merezca ser menospreciado. La risa no es una cura para el sufrimiento, si implica la burla del otro. Miramos para otro lado, llenamos nuestra vida de positividad y optimismo. Nos engañamos, jugamos al despiste.

Nos anestesiamos.

La sociedad en la que vivimos trata de vendernos que hay que ser feliz y buscar lo bueno en cada situación. Es una cobardía no querer afrontar que el dolor está a nuestro lado cada día y que no siempre hay una lección positiva. ¿Qué se puede sacar de bueno cuando una persona cercena la vida de otro ser humano por capricho?

El dolor conlleva crecimiento, porque nos enseña lecciones poderosas. Si llevamos el dolor a un lugar reservado para la risa, entonces nadie podrá olvidar el mensaje que queremos trasmitir.

El laberinto de la risa es el mejor lugar en el que exponer a los culpables mientras esperan el veredicto.