Otra vez estás ahí


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Abro los ojos y otra vez está ahí. Me está mirando desafiante. Creo recordar que la última vez que nos vimos le dije que no quería saber nada de él. La última vez, por cierto, fue ayer por la noche antes de irme a la cama e intentar dormir un poco, algo que cada vez me cuesta más. Da igual. Hace oídos sordos y se presenta aunque no le invite. Está al mando, o eso al menos es lo que cree. Estoy cansado para discutir, así que simplemente le dejo que me siga a todas partes hasta que uno de los dos se decida a hablar. Esta vez no voy a ser yo quien dé el primer paso.

Esto es agotador. Me refiero a este impasse en el que el silencio es casi tan cruel como las conversaciones que mantenemos. Lo cierto es que no sé si se pueden llamar conversaciones, porque siempre acabamos a gritos. Para ser honestos, soy yo quien acaba gritando, porque él consigue mantener una calma que parece sobrehumana. Me saca de mis casillas y no sé cómo puede tener tanta capacidad sobre mí.  Tal vez sea por la forma en la que me dice las cosas. Ese tono de voz, esa mirada penetrante, esa seguridad tan aplastante en sí mismo, esa autoconfianza, que es justo lo que a mí me falta. Noto como la rabia empieza a apoderarse de mí. Mis pulsaciones se aceleran. Aprieto mis puños y me clavo las uñas en las palmas de las manos para que el dolor me distraiga de su presencia. 

Me preparo el desayuno. No hay nadie más en casa, así que tengo que concentrarme en lo que hago para distraerme de su presencia. Parece una contradicción eso de tener que concentrarse para distraerse, ¿no? Supongo que lo es. Pero, a veces, me ha funcionado y no se me ocurre nada mejor por el momento. Focalizo mi atención en coger la leche de la nevera, en verterla en el tazón con cuidado, en echar los cereales tan despacio que casi los puedo contar mientras caen y salpican levemente la encimera en su contacto con la leche. Mis esfuerzos parecen inútiles. Siento que otra vez las fuerzas me flaquean y que voy a ceder porque no soporto su mirada clavada en mí esperando mi reacción. Pero no, tengo que aguantar, no puedo rendirme a sus deseos. 

Sigue ahí. Imperturbable. ¡Dios! ¿Cómo lo hace? Parece que nada le altera. A veces pienso que es capaz de esperar eternamente si se lo propone. No obstante, algo ha cambiado últimamente, porque ya le conozco bien. Aunque ahora no los exprese en voz alta, puedo adivinar lo que está pensando. Siempre pidiéndome cosas que no quiero hacer. Porque el silencio anticipa algo terrible. Es como una guerra fría. Y sé que no debo hacerle caso porque, cada vez que lo hago, me meto en un lío y mis padres me han dado un ultimátum. Dicen que no volverán a ayudarme, lo dejaron bien claro. No hasta que tome la medicación que me recomendó el psiquiatra. Ellos no entienden que en realidad no es un médico, sino uno de sus lacayos y que la medicación es un veneno que él les ha mandado para que sucumba a sus deseos. No comprenden lo que pasa aquí y estoy desesperado. Nadie me cree. Tiene ese poder de persuasión. Es tan convincente que incluso ellos aseveran que nunca le han visto y mucho menos han hablado con él, a pesar de que cuando la última vez que estuvimos debatiendo sobre este tema en el salón le vi reflejado en un cristal. Todos intentan engañarme y manipularme. Así que, estoy solo y debo asumirlo. 

Salgo a la calle y me sigue. Tengo que ir al supermercado. Mi madre me ha dejado una lista de cosas que tengo que comprar. Dice que si no estudio, al menos tengo que ayudar en casa. Pero no es que no quiera estudiar. Me expulsaron del instituto por culpa de él, como siempre. Me sigue a clase y no me deja concentrarme porque no para de hablarme. La última vez antes de que me expulsaran me dijo que debía darle una paliza a Luis porque estaba hablando de mí a mis espaldas y había puesto a toda la clase en mi contra. Me dijo que tenía que hacerme valer y demostrarle quien manda. Me dijo que si no lo hacía, era un nenaza que no merecía vivir. Consiguió que explotara y cuando vi a Luis en le patio me abalancé sobre él sin mediar palabra. Prefiero no recordar lo que pasó a continuación porque no es agradable y, además, me avergüenza. Como consecuencia, una semana expulsado.

Las cosas están mal. No, mal es poco, eso es quedarse muy corto. Mis padres conspiran contra mí con el maldito psiquiatra. Me lo dijo él el otro día, aunque tal vez no debería hacerle caso. Pero creo que en esto tiene razón porque la relación con ellos es nefasta últimamente. Veo como me miran. Puedo leer su desprecio. Puedo ver que se han rendido. Tengo ya 18 años y me doy cuenta de que me quieren poner de patitas en la calle o, tal vez, algo peor. Y ahora es él quien me lo está diciendo al oído. Dice que me van a internar en un hospital. Le digo que se calle, pero continúa con sus susurros. Dice que tengo que hacer algo al respecto.

Me giro y le digo que me deje en paz, que no quiero montar un espectáculo en la tienda como ya hicimos la última vez. Además, cada vez que aparece, me meto en problemas. Vale, creo que he levantado la voz más de la cuenta. He perdido el control y me prometí que hoy no pasaría. La gente se gira a mirarme, sus ojos clavados en mí con espanto. Alguien ha cogido el móvil, una señora, y creo que va a llamar a la policía. Me pongo la capucha y continúo mi camino para que no me vean la cara. Con un poco de suerte, con la capucha tampoco le veré a él. 

No para de decirme que tengo que ir a por la vieja que ha llamado por teléfono porque la policía vendrá a buscarme. Dice que tengo que hacer algo. Dice que soy un cobarde, que siempre me escondo. Dice y dice y dice y no parar de decirme un sinfín de cosas que no quiero escuchar. Y entonces grito que me deje en paz, que se pire, que me olvide de una vez. Y empieza otra vez con la retahíla interminable. Dice que el sistema está en mi contra. Dice que me vigilian. Dice que no podré escapar si no tomo las riendas y actúo. Dice que me espían a través de mi móvil. Dice que agarre la papelera que hay junto a él y la tire al suelo porque dentro hay aparatos de escucha y debo destruirlos. Y finalmente le hago caso, la tiro y la pateo con toda mi rabia. Y entonces se oyen unas sirenas de fondo y todo se vuelve oscuro una vez más.

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