
Capítulo FINAL
A eso de las ocho de la tarde, llamaron al timbre. ¿Quién podría ser? ¡Maldición! Al final, no la había llamado, así que no había duda de que sería Luisa la que llamaba a la puerta. ¿Qué iba a hacer? Si no respondía, se preocuparía aún más. Pero, si la dejaba entrar, quizás se percataría de que todo era una farsa y, conociéndola como la conocía, no iba a parar de hacerle preguntas hasta averiguar qué estaba pasando.
“¡Piensa, piensa algo rápido! Se va a impacientar y es capaz de llamar a la policía si cree que te ha pasado algo grave”. De pronto, sonó su teléfono. Miró la pantalla y vio que era Luisa. Esperó que saltara el buzón de voz. La oyó a través de la puerta: “Oye, soy yo. Me tienes muy preocupada. Te he llamado infinidad de veces hoy y te he mandado varios mensajes. Ahora mismo estoy en la puerta de tu casa y no respondes. Se supone que estás enferma, así que deberías estar aquí. Te he comprado algo para cenar, aunque si estás mal del estómago no creo que te apetezca mucho, la verdad. Bueno, da igual. Llámame, por favor. Si no sé nada de ti en una hora, volveré a tu casa o haré lo que haga falta, ¿vale? Cuídate”. Siguió escuchando con atención y percibió unos pasos alejándose. Muy bien. Ahora sí que no podía despistarse. Tendría que llamarla. Esperaría un cuarto de hora aproximadamente para que le diera tiempo a alejarse de su casa y, cuando contestase al teléfono, le diría que había salido a buscar alguna medicina a la farmacia que había cerca de su casa y que se le había pasado por completo llamarla porque había estado casi todo el día durmiendo. Al menos, era una verdad a medias no una mentira total y rotunda pues, en verdad, había pasado gran parte del día intentando recuperar el sueño perdido durante la noche.
“Hola, Luisa. Soy yo. Perdona que no te haya llamado antes. Sí, ya me imagino que estabas preocupada. Creo que me sentó algo mal anoche y hoy he estado bastante revuelta todo el día. Esta mañana casi no me podía levantar de la cama, pero ya estoy mucho mejor. De hecho, tenía el móvil en silencio y, por eso, no me he enterado de tus llamadas. Sí, ya he oído en tu último mensaje que habías venido a casa. Te lo agradezco un montón. He salido un momento a la farmacia, por si me recomendaban algo. No, no he ido al médico. Debería haberlo hecho pero, como me iba encontrando mejor, pensé que no hacía falta. Sí, tienes razón. Al menos tendría un justificante para el trabajo. Espero que no pase nada porque ya sabes que no falto nunca, así que los jefes confían en mí. Sí, seguro que mañana será un día duro porque tendré bastante trabajo acumulado. Bueno, me lo tomaré con paciencia. ¿Y qué tal tu día?”.
Una cosa solucionada. En el trabajo puede que no fuera tan sencillo porque allí tendría que comunicar cara a cara los motivos que la habían impedido acudir el día anterior. Pero de eso ya se preocuparía a la mañana siguiente. Ahora tenía otros asuntos pendientes.
Volvió a zambullirse en las profundidades de internet. Sumergió su yo y buceó con su nueva personalidad de radiante autoconfianza. ¡Qué mágica sensación le recorría el cuerpo! Estaba como extasiada… En Facebook no paraban de crecer los amigos. Ya iba casi por quinientos, más los doscientos cuarenta y tres seguidores de twitter y los cincuenta y seis de Instagram. Parecía que ésta última no era su red social, pues en ella su triunfo se podría considerar más relativo. No le dedicaría muchos más esfuerzos. Se volcaría más en las otras. Empezó a mandar solicitudes de amistad a discreción, mientras mantenía abierta en segundo plano la web de citas. Esa era la auténtica patata caliente para ella. Pues bien, quería hacerse esperar.
Revisó su cuenta de Twitter. Un me gusta por aquí, un retwitteo por allá. Ya seguía a más de novecientas personas. Bien, había que buscar más incautos dispuestos a entrar en su juego. ¡Qué sencillo resultaba todo! Buscó fotos de paisajes increíbles en internet y las colgó en su muro de Facebook, como si fuesen testimonio de sus viajes. Se inventó algo interesante que contar y actualizó su estado. ¡Fantástico! Momento de preparase algo para cenar porque eran casi las once y, esta vez, no podría acostarse demasiado tarde.
Como sólo se había tomado un sándwich y un vaso de leche, no tardó más de veinte minutos en volverse a conectar, incluido el cepillado de dientes. “Vamos a ver quién sigue despierto todavía”. Había llegado el momento. Primero una disculpa por aquí por no haber contestado antes, debido a que había estado terriblemente ocupada casi todo el día. Después un “estaba deseando hablar contigo” o un “no he podido sacarte de mi cabeza desde que vi tu mensaje”. La situación la hacía reír a carcajadas. Era incapaz de ver lo enfermizo que resultaba todo.
Presa de ese efímero y embriagador éxito, se dejó arrastrar por otra noche en vela. Disfrutaba flirteando con unos y otros, plantando a algunos de forma despiadada, actualizando su estado, escribiendo absurdos tweets… Finalmente, se acostó casi a las cinco de la mañana. Cuando llegó al trabajo, como era de esperar, se encontraba fatal como consecuencia del cansancio acumulado. La parte positiva era que le servía de coartada perfecta pues, verdaderamente, parecía encontrarse físicamente enferma. La parte negativa fue que le costó mucho centrarse y, más aún, mantener la atención. Continuamente se sentía tentada de naufragar en las profundidades de la gran red. Y una vez tras otra, se rindió a la tentación. No recordaba haber tenido una jornada laboral tan improductiva jamás. ¿Y qué más daba? Ahora tenía otros asuntos más importantes que atender.
Y la historia no había hecho más que empezar. El descenso por la pendiente estaba cogiendo impulso e iba adquiriendo una peligrosa velocidad. Los días pasarían enmarañados como una tela de araña. La frontera entre lo real y lo virtual se difuminaba. Su rendimiento iba cayendo estrepitosamente y sus jefes empezaban a preocuparse y a impacientarse. Su contacto con el mundo exterior era aún más reducido de lo habitual. La interacción con los seres humanos era casi inexistente. Podría decirse, incluso, simbólica. Apenas intercambiaba unas palabras cuando tenía que ir a comprar porque su nevera se había quedado absolutamente vacía. Esas palabras se reducían a un buenos días, un gracias y un hasta luego. Lo justo para no parecer maleducada, aunque eso también le importaba menos a medida que pasaba el tiempo.
Cada vez estaba menos interesada por el mundo real y más absorbida por la realidad virtual. Y esto iría a peor después de un suceso que asoló la poca autoestima que le quedaba. Siguiendo un impulso, acudió a una cita con un hombre de la web de contactos con el que llevaba ya un tiempo comunicándose online. Verdaderamente se había terminado por creer que su disfraz virtual era exactamente de su talla. Así que su alter ego acudió a aquella cita vestida y maquillada como se suponía que era habitual en su nuevo yo. Sin embargo, esa imagen no encajaba con ella en absoluto, aunque era la única que no parecía darse cuenta. Por la calle, la gente se quedaba mirándola. El ser humano puede ser así de cruel e indiscreto. Su ilusión y la realidad desdibujada en la que se había sumergido le hacían creer que levantaba admiración a su paso. Sin embargo, la verdad era que miraban los excesos que habían coincidido para conjugar una imagen imposible. Hasta tal punto era así, que casi parecían piezas que no acababan de encajar y habían sido pegadas a la fuerza, como superpuestas por una espacio y un tiempo pertenecientes a dimensiones de realidades diferentes.
Cuando llegó al lugar acordado, le reconoció al instante. Era mucho más guapo de lo que parecía en las fotos de internet. Había hecho una gran elección, de eso no cabía duda. Ahora sí que iba a presumir delante de todos aquellos que la habían denigrado de un modo u otro. Incluso, delante de aquellos que simplemente la habían ignorado o dejado atrás porque les parecía que no era demasiado buena para pertenecer a su grupo de amigos. Segura de sí misma, incapaz de comprender el esperpento que había construido su imaginación, se acercó a él y se presentó con absoluta naturalidad y seguridad. Obviamente, era otra persona, no aquella tímida y falta de confianza en sí misma que había arrastrado la mayor parte de los años pasados.
La expresión que observó en el rostro del hombre no era en absoluto la que esperaba. No había admiración. No había deseo en su mirada. No había nada de nada de lo que ella esperaba. Su reacción no se hizo esperara: “¿De qué va esto? ¿Es una broma? No, lo siento. No te pareces en nada a la mujer del chat. En serio, ¿me estás vacilando? ¿Cómo puede alguien estar tan sumamente loco para inventarse todo esto? No quiero nada contigo. No vuelvas a contactarme, por favor”. Sin más, se levantó y se alejó a toda prisa sin darle más opción a responder.
Creyó enloquecer. ¿Habría sido todo una pesadilla? Se miró en el escaparate de la tienda de al lado y, por primera vez durante aquel día, vio el resultado real. Salió corriendo para huir de la mirada de los curiosos. Cuando llegó a casa, la rabia la dominó hasta la extenuación. Impulsada por una furia desconocida para ella, se puso a gritar al tiempo que empezaba a romper y tirar cosas. Volvió a meterse en internet y empezó a decir todo tipo de barbaridades. Quería desahogarse y no le importaba si alguien pudiese quedar herido por el camino. No tenía nada que perder. Iba a quedarse a gusto de una vez por todas. Siempre podría inventarse una nueva identidad y empezar de cero otra vez. Millones de interconexiones por todo el mundo se extendían a sus pies como para conformarse con lo que había tenido hasta ahora.
Para su desgracia, su mente había llegado a disociarse. Su adicción a internet ya no era un simple juego sino una rabiosa y purulenta enfermedad que le estaba robando la vida en cada aliento que empañaba la pantalla de su ordenador.
FIN

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