
Capítulo 4
INTERCONECTADOS
Se sintió culpable por haberla mentido. Silvia siempre era tan agradable con ella… Pensó que no era justo mentirle a alguien como ella. Desde luego, parecía sentirse realmente preocupada. Seguramente, si hubiera contestado Lucía, habría sido una conversación diametralmente diferente. Tal vez, incluso le habría colgado el teléfono antes siquiera de que le diera tiempo a decir adiós. ¡Qué más daba! No podía dedicar ni un segundo más de su tiempo a pensar en ello. Tenía muchos mensajes que contestar y debía actualizar su muro.
El café hacía rato que estaba hecho y no se había enterado. Menos mal que la cafetera era automática y, cuando terminaba, lo mantenía caliente durante media hora y, además, sin permitir que se derramara ni una sola gota. Maravillas de la tecnología. No podía entender como era posible que apenas sintiera cansancio. No había pegado ojo en toda la noche y ahí estaba, sin un atisbo de sueño. Suponía que era la excitación vivida con los últimos acontecimientos. No veía el momento de volverse a enganchar. Así que echó el café solo en una taza y no le añadió ni azúcar. No tenía tiempo que perder.
En la web de citas había varias novedades. La mayoría de los hombres con los que se había puesto en contacto habían respondido. ¡Qué nervios! Se sentía como una estrella de Hollywood deseada por todos. Por primera vez en su vida, iba a experimentar lo que era rechazar a alguien y no justo al contrario. Había tantos interesados que probaría distintas fórmulas. Eso sí, después de darles falsas esperanzas, en primera instancia.
¿Cómo lo haría? ¿Qué criterio podía seguir? Le estuvo dando vueltas por unos instantes. Lo único que tenía claro es que los iría desechando uno a uno sin piedad, empezando por los más guapos y que desprendieran un halo de sobre confianza. Se iba a desquitar por años y años de desaires. Eso sí, tendría que ir con cuidado porque debía guardarse algún as en la manga. Debía seleccionar muy bien para, al final, quedarse con dos o tres que verdaderamente pudieran valer la pena. Tal vez, hombres un poco más normales, a los que no le importara llegar a conocer en persona, si se presentaba la ocasión. Y, por encima de todo, alguno que pudiera aceptarla tal y como era en realidad.
Las once de la mañana. Empezaba a notar que le pesaban los párpados. Se echaría un rato a descansar, aunque no quería dormir demasiado porque, al día siguiente, no se podría escaquear nuevamente del trabajo y quería aprovechar el tiempo disponible. Aunque, por otra parte, en su despacho no había nadie más que ella y tenía ordenador con conexión a internet de alta velocidad. Podría conectarse allí, ¿quién podría darse cuenta? ¡Vaya! Ser invisible tenía sus ventajas, por fin.
Se quedó dormida casi al instante. Se despertó casi a las cuatro y media de la tarde. ¡Maldita sea! Debía haber puesto una alarma. Bueno, eso ya no tenía solución. Miró el móvil y vio que había varias llamadas y mensajes de Luisa. Al parecer, se había enterado de que no había ido a trabajar. Aprovechando que tenía que visitar a un cliente cerca de su oficina, había pasado por allí para invitarla a un café y quería saber qué tal se encontraba. Incluso “amenazaba” con pasarse por su casa a última hora de la tarde a hacerle una visita y ayudarla, si necesitaba algo. “No, gracias Luisa. Ya tengo lo que necesito. No quiero tu compasión”.
Decidió que la llamaría más tarde. Que sufriera un poco más y se sintiera culpable. Una punzada de remordimiento le atravesó el pecho. ¿Por qué se mostraba tan vengativa? ¿Cómo podía albergar tanto rencor en su interior? Al fin y al cabo, Luisa siempre había sido una buena amiga. Se conocían desde el colegio y siempre había estado ahí, incluso en los peores momentos, como cuando atravesó una depresión. Habían sido momentos muy duros, pero ella nunca le había fallado. Debería sentirse contenta porque hubiera conocido a Daniel. Se merecía ser feliz. Esa era la verdad.
Muy bien. La llamaría enseguida. Primero se lavaría un poco la cara para despejarse. Se acercó a la mesa donde tenía el ordenador con el móvil en la mano. Pensó que podría hablar con Luisa mientras revisaba las últimas novedades que internet le ofrecía. Sin embargo, antes de marcar su número, ya se había quedado enganchada otra vez y se olvidó por completo.
CONTINUARÁ…

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