
Se le había adherido una sensación de derrota que arrastraba como si fuera un peso muerto. Nada servía. Lo había intentado muchas veces, pero siempre se encontraba con un muro que le parecía cada día más alto.
- Estamos buscando un perfil diferente.
Esa era la maldita respuesta tipo que le daban una y otra vez. Y con cada respuesta, se alejaba su posibilidad de salir de aquella mentira que era su vida.
Se había casado bastante joven. Sergio había sido un joven arrollador, con una personalidad que enamoraba a todas las jóvenes que le conocían. Contaba, además, con un atractivo físico indudable. Y ella se sintió la persona más afortunada del mundo por haber sido la escogida.
Hasta que llegó el primer guantazo.
Cada vez que lo recordaba, sentía como ardía otra vez la piel donde la había pegado y como se apagaba su espíritu un poco más por haberse dejado vejar. Parecía que su mejilla latía marcando al unísono con cada latido cada uno de los cinco dedos que le había dejado marcados. Fue la primera vez que tuvo que usar maquillaje no para sentirse más bella, sino menos ultrajada. Pero no había funcionado. Nadie se percató en la fiesta a la que acudieron aquella noche de que su cara estaba marcada. Sin embargo, ella sintió que algo se había resquebrajado en su interior. Era una sensación tan clara que no comprendía que nadie la percibiera desde el exterior.

Sus ojos se convirtieron en un dique tratando de detener una fuga que en cualquier momento se produciría con las lágrimas pendientes de derramar que se acumulaban en su interior. Pero no podía permitírselo, allí no, no en aquel preciso instante y lugar. Las consecuencias serían imprevisibles y ella se veía demasiado pequeña para afrontarlas.
Las pocas veces que hablaba con sus amigas, a las que cada vez había ido viendo menos en los últimos años, ellas no paraban de insinuarle lo afortunada que era. Creían que tenía una vida perfecta, con lujos y una interesante vida social. Como si aquello fuera lo importante.
Ya pasaban todas de los cuarenta y se quejaban entre risas de que sus maridos, además, se habían abandonado, mientras que Sergio seguía tan guapo como en la época de la Universidad. Sólo veían la fachada. No querían mirar más allá. Nadie se atrevía a asomarse a las cicatrices que se escondían bajo el maquillaje.
Ella sólo quería gritar y decirles lo equivocadas que estaban. Igual que en aquella fiesta tantos años atrás, sólo veían el reflejo de una vida irreal, un espejo que devolvía imágenes deformes y ocultaba el dolor que había justo por debajo, a escaso milímetros nada más.
Y los años pasaron pero nada cambió. No se atrevió a dar un paso adelante nunca más. Llegó el momento en el que se cansó de buscar trabajo a escondidas y enfrentarse a un no tras otro. Su autoestima no soportaba tanto rechazo. No había escapatoria. Estaba en una red de mentiras y dolor, soportando la carga cada día de un amanecer sin objetivos en los que su única esperanza era que aquel día no la pegara.
Se rindió ante la evidencia. Su vida era una condena a cadena perpetua. Nunca llegó a darse cuenta de que con sus silencios él se crecía. Si al menos, hubiera creído en ella… Valía más de lo que pensaba y nunca llegó a ser consciente de todo su potencial.
Ojalá algún día hubiera lanzado un grito de socorro.
Ahora no era más que otra noticia a pie de página en el periódico local.
GRACIAS POR LEER
SUSCRÍBETE PARA NO PERDERTE LAS NOVEDADES
Deja una respuesta