EODLD – Capítulo 3 – Stephen Parte 2


Diez años antes…

Stephen acudió al hospital como cada día. Le habían hecho recientemente jefe de Psiquiatría del hospital. En ocasiones, todavía le daban ganas de pellizcarse para estar seguro de que aquello era real. Estaba tremendamente satisfecho porque había logrado un objetivo que perseguía desde hacía años. Había estado trabajando también en los últimos tiempos en el Instituto de Investigaciones Mentales de Palo Alto y había sido una gran experiencia. Había aprendido mucho y había podido realizar investigaciones en su campo para las que era probable que no hubiera logrado financiación en ningún otro hospital o Universidad del país. A cambio, habían tenido que mantener un matrimonio a distancia con su mujer, la cual era médico forense y profesora en la UCLA, en la sede de Santa Bárbara. 

Por suerte para él, Hilka se había trasladado por fin y trabajaría para los departamentos de policía de la zona en el instituto anatómico forense. Les había costado conciliar su vida personal y profesional pero, finalmente, lo habían logrado. Habían llegado al punto de equilibrio que tanto habían soñado.

Antes de centrarse en exclusiva en su nuevo cargo al frente de la Jefatura de la sección psiquiátrica del Hospital Stanford, debía acudir a visitar a un paciente que había tratado durante sus años en Palo Alto, puesto que había sido requerido por el fiscal para que acudiera a los juzgados. Le habían encomendado que hiciera un dictamen en el que recomendara su liberación o, por el contrario, que siguiera bajo la custodia del Estado. Podría decirse que el futuro de aquel chico estaba en cierta medida en sus manos.

Aquel joven de veintiún años llamado Arthur había asesinado a su padre cuando contaba tan sólo once años. En ese preciso momento, lo que estaba en juego era si abandonaba el reformatorio para incorporarse a la vida normal o, por el contrario, pasaba al sistema penitenciario para adultos. 

No era una decisión fácil porque, para empezar, no era un caso fácil. Las circunstancias del crimen contaban con diversos atenuantes, entre los que se contaban la violencia que había presenciado en su casa desde su más tierna infancia. Podía incluso alegarse una vez más la defensa propia, puesto que cuando encontraron el cadáver de aquel hombre, yacía su mujer a sus pies en un charco de sangre y sin apenas poder respirar, después de haberle propinado su enésima paliza. Y a pesar de que había estado a punto de matarla, en lugar de proporcionarle algún tipo de alivio, se había sentado en el sillón a ver la tele como quien no tiene nada mejor que hacer ese día que relajarse un poco después de otra jornada de trabajo.

Pero no podía basarse únicamente en aquello, una historia desoladora que le conmovía hasta en lo más íntimo de su ser, porque lo cierto era que la evolución del joven no había sido ni mucho menos la esperada. 

A Stephen este caso siempre le había apesadumbrado, especialmente teniendo en cuenta lo que había sucedido finalmente con Katerina, la madre de su paciente. 

No podía evitar sentirse en cierta medida responsable. 


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