
Actualidad. Días 1 y 2 – jueves noche y viernes
Llegó exhausto a eso de las ocho de la mañana. Sabía que había sido una imprudencia hacer todo el viaje por la noche, especialmente en esa época del año tan inestable en lo que a metereología se refiere. Habían sido más de trece horas de trayecto y tuvo que parar en alguna ocasión a echar una cabezada. Se había cargado con un termo de café solo bien cargado y había confiado en que eso fuera suficiente. Por suerte, todo había salido bien y había llegado a casa sin el menor incidente.
Imaginaba que encontraría a Kisha en la cama todavía, pues era de naturaleza dormilona, algo que a él le llamaba la atención teniendo en cuenta lo nerviosa y activa que era. El día anterior había tenido turno de tarde y habían hablado poco antes de que lo finalizara. La había dicho que se tomaría alguna cerveza con los compañeros y se iría a dormir. No era descabellado pensar que la juerga se hubiera alargado de más, pues existía una buena relación entre los policías de Carmel.
Cuando entró en casa, percibió un silencio hueco. Era una sensación extraña, puesto que durante un par de años había vivido solo en aquella casa y nunca había experimentado esa especie de vacío al entrar. Le sorprendió comprobar que ella no estaba allí y ni siquiera había indicios de que hubiera pasado la noche en casa. La cama, por ejemplo, estaba sin deshacer y se sentía el tipo de frío en el ambiente que denota la ausencia.
Le pareció todo una tanto extraño.
Tal vez no era más que una paranoia.
Decidió llamarla antes de que su cabeza empezara a formarse teorías absurdas. Seguramente había una explicación lógica y simple para aquello.
Kisha contestó al tercer tono.
- Hola Derek, ¿dónde estás?
Su tono de voz parecía un tanto impetuoso.
- En casa. ¿Y tú?
- ¿Cómo que en casa? -respondió sin responder a su pregunta-. ¿No ibas a salir de madrugada?
- Salí cuando hice las últimas tomas por la tarde. Tenía muchas ganas de volver a casa y estar contigo. La verdad es que me he llevado una decepción después de tanto esfuerzo. Debo haberme bebido un litro de café solo por el camino -señaló con un tono liviano.
- No deberías haber viajado de noche, ¿estás loco o qué te pasa?
- Lo sé. Soy consciente de que ha sido una imprudencia pero tenía muchas ganas de volver. ¿Dónde estás ahora?
Hubo un silencio con sabor a derrota al otro lado de la línea que pilló por sorpresa a Derek. Tal vez, al fin y al cabo, no estaba paranoico.
- Ha pasado algo. No sé todavía hasta qué punto es grave, pero tiene mala pinta. Stephen ha desaparecido.
- ¿Qué? ¿Cómo que ha desaparecido?
- No sabemos dónde está. Hemos encontrado algunos de sus objetos personales bajo el Old Fisherman’s Wharf, pero ni rastro de él.
Derek no daba crédito a lo que oía. Habían hablado la tarde anterior y todo estaba en orden. De pronto, el mundo había vuelto a ponerse del revés. Nuevas pesadillas empezaban a cobrar forma y no quería por nada del mundo pasar por aquella experiencia otra vez.
El miedo.
La incertidumbre.
Las horas sin noticias de Kisha.
Los peligros que acechaban en la oscuridad tras ponerse el sol.
Sabía que si el caso se complicaba, su relación sufriría algún traspiés. No había desaparecido un desconocido, sino el marido de la mejor amiga de Kisha.
Sabía lo que eso implicaba.
Y debía prepararse para lo que estuviera por venir.
Notó que le daba un vuelco el corazón.
- ¿Dónde estás y voy para allá?
- Aún estoy en Monterey, pero iba a irme ya para casa. No he dormido en toda la noche y estoy agotada. Te cuento hasta donde pueda en cuanto llegue, ¿vale?
- Claro.
Cuando colgó, Derek no daba crédito a lo que le había dicho Kisha. Sintió un miedo visceral que le recorrió el cuerpo. Horrores de un pasado reciente volvían a su cabeza.
Decidió ducharse antes de que ella estuviera de vuelta para intentar estar sereno y calmado. Seguramente ella necesitaba aferrarse a esa tranquilidad.
Poco más de veinte minutos después de que hablaran por teléfono, Kisha entró en la casa. Derek, aún con el pelo mojado, se acercó hasta la entrada en cuanto sintió la llave en la cerradura de la puerta.
Estaba desolada.
La derrota se leía en su cara con absoluta claridad.
Le dio la impresión de que ella tampoco estaba preparada para aquello. Después de tantos años enfrentándose a monstruos en la gran ciudad, estos parecían perseguirla una vez tras otra, como si trataran de impedirle que pudiera llevar aquella vida en paz que ella había ido buscando en su regreso a Carmel.
Resultaba duro verla en ese estado, pues parecía tener siempre una energía sin límites. Aquel día sus baterías parecían agotadas. Derek abrió los brazos sin decir ni una sola palabra y ella se hundió entre ellos. Aquel abrazo fresco de una piel impregnada de una fragancia de bosque, la devolvió a la seguridad que le proporcionaba la sensación de hogar que sólo había experimentado junto a él.
A Derek aquella fragilidad le conmocionó. Notó como ella apretaba los brazos en torno a él, buscando refugio y sentirse segura. Él le acarició con suavidad la cabeza.
- Oye, ¿qué pasa?
- Ya te lo he dicho. Parece que Stephen ha desaparecido -le respondió cabizbaja, sin separar ni un milímetro su cara de su pecho.
- Sí, te he entendido cuando me lo has dicho por teléfono -respondió el fotógrafo deshaciendo suavemente el abrazo y levantando con delicadeza la barbilla de Kisha para verla la cara-. Pero quiero saber qué más te pasa. Estás así por algo más. Ya sabes que no puedes engañarme porque te conozco mejor que tú misma.
Kisha clavó su mirada en las aguas tranquilas de los ojos de Derek y se sumergió en ellas. No dejaba de sorprenderle la habilidad que tenía siempre de intuir sus estados emocionales.
- ¿Y si todo esto es culpa mía?
- No digas tonterías. Esto no es culpa tuya.
- Pero, ¿y si lo es? Aquí no pasaba nunca nada hasta que he vuelto. Y de pronto, se suceden una serie de asesinatos y ahora desaparece un reputado psiquiatra que, además, es el marido de una de mis pocas amigas. Joder, no parece que sea una puñetera casualidad.
- Esto no tiene nada que ver contigo. Y en todo caso, sólo hubo un culpable en la serie de los asesinatos y no eras tú.
- ¿No te das cuenta, Derek? Casi no tengo amigos, apenas hay un puñado de personas que verdaderamente me importan y todas acaban sufriendo de un modo u otro por estar cerca de mí.
- Para ya de decir tonterías. En serio, no te reconozco. Tú no eres de las que agachan la cabeza y se lamentan. Tú eres de las que luchan y le plantan cara a la vida. Basta ya de autocompadecerte porque no te pega nada. Si necesitas llorar, gritar de rabia o lo que sea, es el momento. Estoy aquí a tu lado. Pero después, quiero que vuelvas a ser tú. De lo único que eres culpable es de intentar con todas tus fuerzas detener a quienes provocan tanto dolor.
- ¿Es que ya has olvidado que estuviste en la cárcel por mi culpa?
- ¿De verdad quieres que volvamos a eso?
El azul de sus ojos se había oscurecido visiblemente. Se había vuelto casi gris, como si se hubiera transformado en un cielo de tormenta. Kisha se sorprendió ante la firmeza del fotógrafo.
- No, no lo he olvidado. Claro que no. Pero también quiero dejarte claro que me niego a recordarlo. La vida sigue y no pienso detenerme a lamerme heridas que pertenecen al pasado. Decidimos tirar juntos hacia delante, así que no creo que necesitemos volver a eso.
- Lo siento. Tienes razón. Es que es tan frustrante… Y me ha afectado ver a Hilka así, ya sabes como es, tan…
- Como tú -la interrumpió-. Hilka es como tú, Kisha. Es un volcán que ha resistido el paso de los siglos de manera estoica y ahora la ves flaquear y te está entrando el pánico.
Era increíble lo bien que la conocía. Cada una de sus dobleces, cada uno de esos matices que nadie conocía de ella, cada inseguridad oculta detrás de ese halo de mujer segura e invencible, cada momento de flaqueza, Derek era capaz de detectarlos al instante.
Y sólo llevaban juntos unos meses.
CONTINUARÁ…
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