

Parece una exageración pero no lo es. Más bien creo que me he quedado corta porque tal vez estemos ya en el tiempo del descuento. Cuando ayer paseando junto al mar vi estas imágenes que tienes delante de tus ojos me asusté y me preocupé de verdad. Esta playa solía tener una gran extensión de arena para que los bañistas cada verano la ocupasen con sus toallas y sombrillas. Y cada verano parecía haber cada vez más y más gente, sin límite aparente ni real. Muchas veces se habla en esta zona de traer más arena, de rellenar las playas, de cubrir las que son de piedras con arena de otras de los alrededores, etcétera. No es más que una forma imponer nuestra tiranía sobre la naturaleza y de anteponer el turismo y los beneficios económicos a todo lo demás. Y no lo entiendo, cada vez me cuesta más.

Ha llegado un momento en el que el mar parece haberse hartado y ha dicho: «hasta aquí». No hace mucho, apenas un año, curiosamente durante el momento de la pandemia en la que estábamos todos encerrados, el mar recuperó parte del terreno que le habíamos tratado de robar. Decidió que era el momento de recobrar lo que era suyo y de restablecer el orden natural. Nosotros no mandamos, la tierra no es nuestra y no la manejamos a nuestro antojo. Es nuestro hogar y, si no lo cuidamos, tal vez acabe por expulsarnos de él.
Estamos cometiendo tales tropelías contra la naturaleza que ésta parece haberse cansado de tanta generosidad. El mar ha dicho basta y en esta humilde playa de un lugar cualquiera ha decidido que es hora de reconquistar lo que es suyo y expandir sus límites. ¿Estamos dispuestos a escuchar? Me temo que todavía no…
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