
Hoy las emociones me desbordan. Me tiran, me arrastran, me llevan sin control. Arañan desde debajo de la piel como si tratasen de salir en forma de onda expansiva. Me superan. No sé qué hacer para mantenerlas bajo control. Respiro, pero el aire entra y sale desbocado, sin control. Siento mi mente como una olla a presión. ¿Son emociones o son pensamientos? ¿Y si son la misma cosa? Lo que sé es que puede sentirlos y puedo pensarlos y todo parece fuera de sí.
Sigo respirando. Trato de ralentizar el ritmo, ser yo quien se pone al mando. Pero son ellas las que aún ganan la batalla, irreverentes, rebeldes, poniendo mi mundo al borde de la extinción. No hay paz en mi interior. Mi cerebro es cóctel molotov de neurotransmisores y hormonas que corren desbocadas sin encontrar una pista de aterrizaje.

Y me agoto, lo puedo sentir y lo puedo pensar, porque es todo tan intenso que se hace muy real y no es fácil hacerlo desaparecer. Mi cuerpo me recuerda que hoy tengo los sentimientos a flor de piel, con mi carne de gallina y, al mismo tiempo, con un sudor frío, con unas palpitaciones que ensordecen y un temblor que me recorre de los pies a la cabeza, pasando por cada poro de mi piel y dejando una huella en cada célula que compone mi ser.
Las emociones, igual que los sentimientos, son así, pura energía. A veces, son e-motion, porque te ponen en movimiento, te agitan, te revuelven y otras, en cambio, te paralizan, te adormecen. El miedo, la tristeza, la melancolía, te mantienen atado a un instante interminable, mientras que la alegría, la euforia, el enfado, transitan de un segundo al siguiente a la velocidad de la luz, poniendo tu corazón a galopar como si llegase tarde a su destino.
Un destino sin principio ni final.
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