
Hay días que se te quedan grabados. Hay momentos que suceden como si fueran un huracán. Hay acontecimientos que se llevan por delante muchas esperanzas con un mero soplido. Hay días en los que la tristeza se instala dentro de ti y te da miedo de que pueda quedarse ahí para siempre.
Ninguno estamos a salvo de ella. Antes o después viene a visitarnos y, aunque entendamos que es una emoción necesaria, nunca es bienvenida, porque hace que el mundo sea un poco más pequeño, porque te encoge el corazón, porque no te deja respirar. Y, así, sin aliento, tratas de seguir como si nada, cuando sabes que hoy no tienes fuerzas, porque hoy nada mitiga el dolor.
La tristeza busca soledad y ese es el peor remedio, porque te engulle y no ves más allá de un paraje gris y yermo. Puede que la tristeza busque esa soledad, pero lo que necesita es compañía, compatir la pena, dividirla, repartir la carga que supone. Y al final todo pasará. El sol saldrá otra vez anunciando un nuevo día, borrando con sus rayos la amargura del anterior o, cuando menos, mitigándola. Te acariciará la piel con su calor y te recordará que estás aquí, que sigues viva y que no puedes rendirte.
Hacerlo sería injusto para los que ya no están.
TE ECHAREMOS DE MENOS, ANYI. NO TE HACES NI IDEA DE CUÁNTO.

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