
El domingo 1 de agosto de 2020 estaba previsto que llegasemos a Nueva York. Han pasado ocho años desde la última vez que estuve allí y ya había ganas, aunque este año el viaje iba a diversificarse mucho más que la última vez. De hecho, la idea era recorrer parques naturales de la Costa Este, como Acadia, por ejemplo, y algunas de las grandes ciudades, pero más centrados en la naturaleza, como es habitual en nuestros viajes.
Tal día como hoy, estaríamos visitando Cape Cod y Boston. Es lo que tiene esto de la pandemia, que te cambia los planes sin que puedas poner resistencia.
Esta entrada no es para lamentos ni ponernos mustios, nada por el estilo. Pero sí es una reflexión que creo que puede ser importante para todos. En cada una de las cosas que suceden en la vida, suele haber varias lecturas. Si pienso en términos de pérdida, es decir, dejándome arrastrar por el pesimismo, seguro que en poco rato consigo encadenar pensamientos negativos y me hacen ver que esta situación no trae nada bueno. Pienso en el viaje que no estoy realizando, en la ilusión que habíamos puesto en planificarlo, en los sitios que íbamos a visitar y que no sabemos cuando podremos hacerlo… En fin, una sucesión ilimitada de ideas nefastas.
Si pienso en términos de beneficios, seguro que también puedo encontrar ideas positivas como, por ejemplo, que cuando la situación lo permita, ya tendré organizado el viaje, que este año en las vacaciones voy a descansar más, podré hacer turismo nacional aunque sea con precauciones derivadas de la situación sanitaria actual, puedo practicar deportes acuáticos que siempre he pospuesto por falta de tiempo…

Tener que cancelar un viaje, no es una desgracia, aunque sea un fastidio. A cualquier viajero que, como yo, tenga la mínima ilusión por conocer sitios nuevos, desde luego que estoy segura de que entenderá lo que siento. Aún así, insisto, es un fastidio pero nada más.
Aprender a posponer y diferir la gratificación así como aprender a aceptar la situación, es también un beneficio obtenido de la cancelación. La frustración inicial está ahí, pero no podemos envenenarnos con pensamientos que no nos llevan a ninguna parte. El virus está aquí y no sabemos cuando podremos volver a una normalidad parecida a lo que entendíamos por normalidad. Aprender a aceptarlo, es nuestra mejor opción.
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