
Veinte años antes…
Stephen empezó a investigar por su cuenta. Necesitaba saber qué había ocurrido en esa casa para que semejante tragedia hubiera sucedido. Un parricidio a manos de un niño de tan solo once años. Debía haber mucho detrás de aquel acto inmisericorde.
El caso llenaba la portada de los tabloides y a Stephen le asqueaba ver como la carnaza alimentaba las cuentas bancarias de los dueños de los periódicos. A nadie parecía importarle qué había llevado a un niño a cometer un acto tan deleznable. Las páginas de los diarios se llenaban de detalles escabrosos de lo ocurrido aquel día cualquiera de otoño, dando hasta el más mínimo detalle. Si la madre de aquel chico salía con vida, posiblemente tendría que hacer frente a una nube tóxica de periodistas con sed de sangre.
Por algún motivo, se sintió responsable. Sintió que debía ser el oxígeno en medio de ese ambiente enrarecido y ayudar a esa pobre familia mutilada de un miembro que, por lo que había visto en las heridas de la mujer, había sido la misma cangrena.
Salvo que hubiera sido el niño quien también la había agredido.
Cabía esa posibilidad, aunque pareciera improbable.
En su día libre, se acercó al lugar en el que había vivido la familia de aquel niño que ahora la sociedad veía como un monstruo. Debía tener cuidado de no llamar demasiado la atención. Estaba dispuesto a hacerse cargo de la terapia de la madre y del hijo, así que era importante que Katerina no averiguase que había estado por allí husmeando antes siquiera de ser oficialmente su médico.
Preguntó a algunos vecinos. La mayoría parecía no saber nada de lo que sucedía en aquella casa. No obstante, una vecina de una de las casas que estaba más próxima a la de la familia Hamilton, tenía su propia teoría. Al parecer, Matt solía ser un tipo encantador en el vecindario, muy educado y amable, aunque no iba más allá de unos gestos de cortesía. Bien parecido, con una buena posición social, era el vecino que a cualquiera le gustaría tener, pues no generaba ninguna molestia. No habían intimidado con nadie en el barrio. Nunca. De hecho, destacaba que tanto la mujer como el niño, apenas hablaban con nadie. El padre decía que su hijo, al igual que su mujer, eran tímidos. No obstante, a aquella mujer le parecía que tanto el niño como la madre parecían atemorizados.
Es fácil ver el aviso de la tormenta una vez que ha pasado.
- ¿En qué se basa?
- Bueno, hay cosas que no es necesario decir con palabras. Son evidentes en los gestos. Siempre van con la cabeza agachada y, en cuanto están en las inmediaciones de la casa, aprietan el paso para entrar cuanto antes en la vivienda y así evitar conversaciones. Sin embargo, a pesar de ello, en más de una ocasión, ella ha tenido que hablar con el señor Thompson, el vecino que está al otro lado de su casa, porque el niño ha pegado a su perro en muchas ocasiones. Parece mentira, con lo apocado que parece.
- Entiendo.
- Además, he oído gritos en algunas ocasiones, y golpes también. Aunque no puedo estar segura de lo que sucedía ahí dentro, la verdad.
- Le agradezco su ayuda.
Después de hablar con ella, intercambió unas pocas palabras con el señor Thompson. La casa de éste colindaba con la de los Hamilton, así que era el que podría conocer más datos de utilidad acerca de la familia. No obstante, no quería hablar. Únicamente le dijo lo siguiente:
- Ese crío es el mismo diablo. Debería ver con que cara de psicópata golpeaba a mi perro. En una cárcel para menores es donde mejor está.
Aquellas palabras crueles dejaron a Stephen una sensación heladora en el cuerpo. No era más que un niño y ya era rechazado por la sociedad. Tal vez si alguien hubiera tratado de echarles una mano en lugar de juzgarles, las cosas no habrían acabado igual.
Se dijo a sí mismo que debía hablar con alguien del colegio para conseguir más información acerca de su actitud y reacciones en su entorno habitual. Necesitaba saber si aquel chico tenía amigos y cómo era con las personas de confianza. Tal vez allí alguien tuviera información útil para la terapia, así no tendría que ceñirse a la información que pudiera darle su madre o el propio niño. Lo que ellos pudieran aportarle sería información que sabía que estaría sesgada e incluso distorsionada por un posible síndrome de la mujer maltratada y la indefensión aprendida que conllevaba en tantos casos de violencia dentro del núcleo familiar.
Finalmente, logró hablar otro día con la tutora de Arthur, cuando ya se le había asignado oficialmente el caso. Sabía que con ella no habría logrado sacar nada de información hasta que fuera oficialmente su paciente, puesto que se debía a la confidencialidad en lo referente a su alumno.
Stephen se sorprendió al comprobar que su visión sobre el crío era totalmente diferente a lo que había escuchado hasta el momento. Le agradó conocer otras opiniones de adultos que veían en aquel crío a una posible víctima de sus malditas circunstancias.
- Estoy segura de que es un buen niño. No entiendo qué puede haber pasado. Estoy absolutamente conmocionada, se lo aseguro. Es cierto que, cuando alguno se metía con él, sacaba una violencia inesperada. Ya sabe que siempre hay chicos conflictivos que gustan de atormentar a los que consideran más débiles y Arthur fue en más de una ocasión objeto de sus juegos y bromas hasta que se dieron cuenta de que, bajo esa apariencia, se escondía un chaval que no se dejaba amedrentar.
- Puedo hacerme una idea.
- No, no lo creo, de verdad. Arthur es un chico aplicado que tiene un comportamiento ejemplar en el colegio. Siempre es muy respetuoso con el profesorado, aunque es difícil sacarle más allá de unas pocas palabras. Por eso nos sorprendía tanto esa furia cuando se metían con él. Por otra parte, siempre me ha llamado la atención el hecho de que no parecía mostrar emociones de ningún tipo. Llegamos a plantearnos si sufriría algún tipo de autismo, pero la madre no quiso llevarle a ningún especialista. De hecho, esa falta de emocionalidad o algo similar que no sé muy bien como explicar, ya aparecía reflejada en un informe de otra compañera que le tuvo en su aula hace unos años. No puedo creer lo que ha pasado. Todos en el colegio estamos aturdidos porque no somos capaces de imaginar cómo pudo suceder. Espero que pueda ayudarle, doctor.
- Lo intentaré, se lo aseguro.
Después de aquella conversación, Stephen se sintió invadido por cierta desazón. Cuántas veces suceden las cosas ante nuestros ojos y somos incapaces de verlas. La tutora había intentado mirar lo que ocurría con aquel chico pero, al final, no había podido ver. Se había asomado tan sólo al comienzo del abismo, pero lo importante sucedía a unas profundidades que no estaban a la vista de cualquiera. La realidad era que nadie en el colegio sospechaba que en aquella casa el maltrato físico y psicológico estuviera a la orden del día. Ninguno de los adultos que le rodeaban había podido o sabido proteger a aquel crío. Y ahora el mundo estaba conmocionado porque un niño le había cortado el cuello a su progenitor.
¿Cómo podría haber pasado tanto tiempo desapercibido? Pronto averiguaría como se había construido el muro de silencio a su alrededor.
CONTINUARÁ…
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