
Actualidad. Día 2 – Viernes
Poco después de la reunión con el Jefe de Policía, Kisha y Julius se dirigieron al hospital Standford, lugar en el que trabajaba Stephen desde hacía casi dos décadas. Sabían que, por la hora que era ya, no contaban con demasiado tiempo para recabar toda la información que les gustaría. El día parecía transcurrir a un ritmo acelerado.
Una vez allí, se dirigieron a la Unidad de Psiquiatría, donde se habían citado con el Jefe adjunto. Esperaban no tener que recurrir a una orden judicial para conseguir información, puesto que era bastante complicado que, a esas alturas de la investigación y con lo poco que tenían, se la concedieran. No había motivo para ello. Al menos, no uno bien justificado.
Por el momento, únicamente querían saber si había habido quejas por parte de algún familiar o de algún paciente hacia el Doctor Stephen Meyer, el cual llevaba diez años ostentando el cargo de Jefe de la sección. De hecho, había logrado ese hito siendo muy joven, puesto que con tan sólo treinta y ocho años lo habían nombrado. También eso podría ser algún motivo de resquemor en la Unidad, donde seguramente había médicos con más experiencia que él a los que les hubiera gustado ostentar ese cargo.
El Jefe adjunto les recibió en su despacho. Les invitó a sentarse y les ofreció algo de beber antes de comenzar. Julius aceptó una botella de agua, ya que el exceso de cafeína aquel día le había provocado más sed de la habitual. Sacó su libreta, una clásica Moleskine con tapas negras de piel, y se dispuso a tomar notas de la conversación.
- Buenos días, doctor Trenton. Soy Kisha Jennings, inspectora de la Policía de Carmel. Éste es mi compañero, el subinspector Julius Morgan. Queríamos hacerle unas preguntas relacionadas con el doctor Meyer.
- ¿Qué ha pasado con él? Ayer a última hora vinieron a llevarse su coche y lleva dos días sin aparecer por el hospital.
- Estamos intentando averiguarlo, pero comprenderá que no puedo comentarle nada acerca de una investigación abierta.
- ¿Le ha sucedido algo?
- Como ya le dicho, aún no lo sabemos. Estamos investigándolo.
- ¡Vaya! Espero que no sea nada.
- Ustedes trabajaban estrechamente, según tengo entendido -continuó preguntando como si no hubiera escuchado lo último y tratando, al mismo tiempo, de reconducir la conversación.
- Sí, así es.
- ¿Ha notado algún cambio en el doctor Meyer en los últimos tiempos?
- No.
- Más decaído, más callado, más nervioso, preocupado.
- Créame inspectora, soy psiquiatra desde hace treinta años. Creo que habría podido detectar algún cambio de humor visible en mi compañero.
- Tal vez trataba de ocultárselo, ya que también él es psiquiatra y supongo que sabe como disimularlo.
- En ese caso, igualmente le digo que no he notado nada.
- ¿Sabe si tenía enemigos?
- No.
- Alguna amante o rumores de que estaba viéndose con alguien.
- No.
- No lo sabe o no ha oído si había rumores.
- Tal vez eso debería preguntárselo a otros. No suelo prestar atención a los cotilleos. No soy de esa clase de persona. Soy un hombre de ciencia, inspectora.
- ¿Se le ocurre si hay algún paciente descontento?
- Siempre hay pacientes descontentos. Tenga en cuenta que tratamos afecciones mentales, algunas de tipo severo y, en algunos casos, en estado agudo. Las decisiones que solemos tomar no les gustan en el primer momento a nuestros pacientes, aunque luego terminen por sentirse mejor y se den cuenta de que era lo mejor para ellos.
- ¿Alguno que lo haya manifestado abiertamente? ¿Alguien que se haya quejado claramente o que haya proferido amenazas contra el doctor Meyer?
- Inspectora, puede que le resulte raro, pero en la Unidad de Psiquiatría ese es el pan nuestro de cada día. Tratamos todo tipo de enfermedades mentales de diversa gravedad, así que se puede imaginar todo lo que oímos cada día. Desde luego guapo y gracias no suelen estar entre esos comentarios.
- Sí, lo entiendo. Pero tal vez le han dado más credibilidad a alguna o algunas en concreto. Alguna amenaza que haya llegado por escrito, algún intento de agresión.
- Lo siento, pero creo que no puedo ayudarla con eso. Tal vez sea mejor que hable con su enfermera de confianza o con su secretaria.
- Sí, lo haré.
El Doctor Trenton era un hombre que estaba ya en la fase final de su carrera. Llevaba bastantes años trabajando en el hospital y no le quedaba demasiado tiempo para jubilarse. Era un hombre enjuto con barba blanca y unas prominente entradas. Llevaba gafas progresivas de pasta negra que le daban cierto aire intelectual. Tras los cristales, se podían ver unos ojos vivarachos capaces de escudriñar a quien tenía en frente en cuestión de segundos, como buen profesional de la salud mental que llevaba varias décadas dedicado al estudio de la psique humana. Sus gestos eran medidos y cautelosos, sin aspavientos. Costaba desentrañar si se debían a un carácter calmado o a una conquista de la voluntad para no revelar sus debilidades y nerviosismos.
- No obstante, me gustaría hacerle una última pregunta.
- Inspectora, tengo pacientes que atender. Creo que ya le he dedicado bastante tiempo -señaló mirando el reloj y con visible hastío.
- Lo siento, no tardaremos ya mucho.
- Eso espero.
- Creo que recientemente se han reunido usted y el doctor Meyer con el Consejo. Puede que me equivoque, pero creo que dicha reunión era para dirimir las diferencias entre ustedes dos en cuanto a qué investigación querían destinar los fondos asignados por el hospital.
Al doctor Trenton le cambió la cara. No imaginaba que saldría aquel tema a relucir, pero Kisha era muy meticulosa y en el poco tiempo que había pasado desde la desaparición del marido de la forense, se había esforzado por reunir toda la información que tuviera disponible. Aquel dato en concreto se lo había comentado Hilka, pero también había podido averiguar que había una entrada en el periódico local hablando de la asignación de fondos del hospital al área de psiquiatría.
La reunión no había terminado tal y como el doctor Trenton había previsto y no había dudado en mostrar su oposición a la gestión en los últimos tiempos del doctor Meyer, incluso a través de veladas declaraciones en el periódico. Según él, las terapias introducidas recientemente no tenían la suficiente base científica y creía que el proyecto de investigación que iba a adjudicarse debía girar hacia otro lado para no malgastar el dinero de los que contribuían a hacer del hospital de Standford el centro de salud más relevante de la zona.
- No tengo por qué hablar con usted sobre eso. Son temas confidenciales.
- No son tan confidenciales cuando usted lo aireó en el periódico. En cualquier caso -continuó levantando la mano para que no la interrumpiese-, sí, tiene que contármelo si eso supone un motivo de rencilla entre ustedes dos lo suficientemente poderoso para que se lo quisiera quitar de encima.
- ¿Cómo se atreve siquiera a insinuar algo semejante?
- Bueno, sé que usted estaba muy interesado en llevar a cabo un proyecto que el doctor Meyer desaprobaba y, además, a nadie se le escapa que tal vez fuera la última oportunidad antes de su retirada, lo que le permitiría tal vez jubilarse con una publicación bajo el brazo que le diera mayor prestigio y réditos futuros.
- Inspectora, se lo digo en serio. Me está importunando. Si sigue por este camino, voy a tener que poner una queja ante sus superiores.
- Siento que no le agrade mi forma de proceder, pero tengo que hacer mi trabajo, aunque mis preguntas puedan resultar incómodas.
- Como ya le he dicho, ya les he dedicado demasiado tiempo.
Se levantó de su cómoda y mullida silla de escritorio y les invitó a irse de forma correcta con un gesto de su mano, aunque no podía disimular la irritación que sentía en aquel momento.
Al final, parecía que no había nada como tocar la tecla adecuada para que toda aquella pose de calma absoluta se viniese abajo.
Cuando salieron del despacho, notó que Julius la miraba fijamente. Se planteó no hacer el menor caso, porque imaginaba que buscaba provocarla. Sin embargo, al final cayó en la trampa y no pudo evitar preguntarle.
- ¿Qué miras?
- Nada.
- Venga, dispara. No pongas ahora esa cara de lerdo. Quieres decirme algo.
- Creo que has sido demasiado inquisitiva y un poco borde.
- Tampoco he visto que me rogases dejártelo a ti.
- No, en eso tienes razón. Pero creo que en este caso tal vez podrías haber conseguido más con miel que con hiel, como reza el dicho.
- He empezado suave y no ha soltado prenda. Había que apretarle un poco las tuercas al “doctorcito”. No puedo con estos tipos que tienen ese aire de superioridad, te lo juro.
- Sí, te aseguro que se te ha notado.
- ¿Ah sí? No veas qué pena me da. Además, es evidente que él y Stephen no tienen una buena relación porque hay un conflicto de intereses. Tiene el puesto que le hubiera gustado ocupar a él. Podría tener un móvil. ¿O tampoco estás de acuerdo en eso conmigo?
- Puede ser. Sin embargo, no acaba de encajarme.
- ¿Por qué?
- ¿En serio me lo preguntas? El doctor Trenton no parece de los que pierden los nervios con facilidad. Por otro lado, sabemos que ayer estuvo en el hospital.
- Pudo suceder a primera hora de la mañana.
- Vale, puede ser. En ese caso, tendría que ser algo premeditado, porque en una confrontación física no tendría nada qué hacer. Te doy el beneficio de la duda. Ahora, respóndeme cono sinceridad, ¿crees que se jugaría toda su carrera y su prestigio por una última subvención?
- No sabemos cuán fuerte puede ser esa motivación para alguien como él.
- Dime que te lo crees. Dime que te parece la opción más plausible.
- No, claro que no. Pero tampoco es sinónimo de que haya que descartarlo.
CONTINUARÁ…
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