
¿Se puede sentir el vacío? Sí, por supuesto. Se siente de tal manera que parece que te impregna la piel, partícula a partícula, célula a célula. ¿Se puede sentir la ausencia? Sí, sin duda, porque te rodea y te envuelve, lo llena todo con su bruma.
Es una sensación hueca, como un eco que reverbera por los rincones, que se te cuela dentro cuando menos te lo esperas, que te sorprende rompiendo un dique de lágrimas desprevenidas. La ausencia en su máxima presencia, el vacío en plenitud.
Cuando alguien se va no se desvanece, sino que muy al contrario se hace más presente en tu presente, porque te trae recuerdos del pasado plenos de matices y de realidad que te asaltan en el momento más inesperado. Y en ese instante el tiempo se detiene, porque te transporta a un pasado en el que la ausencia no existía y quieres quedarte ahí, donde aún el dolor no desgarraba, donde la alegría era la que ejercía una agradable tiranía.
Es un vacío que paradójicamente lo llena todo. La cotidianidad, las rutinas y hasta los imprevistos, porque en su ausencia quieres que todo sea mentira, quieres pensar en otra cosa y quieres preguntar a quien ya no está como lo haría si estuviera en tu lugar. O, simplemente, quieres contárselo, para que te escuche y os riáis después porque, al fin y al cabo, nada es tan importante como para robarnos un pedacito de vida, excepto la muerte.
Esa ya no tiene remedio.
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