
El concepto de alma siempre ha suscitado gran interés en la humanidad. Tal vez por ser algo etéreo, incorpóreo, puesto que carece de entidad física o de un recipiente material, por tener esa parte de misticismo, por su relación con la espiritualidad y por nuestro gusto por lo mágico y por los actos de fe, ha calado tan hondo y ha provocado que tantos filósofos y otros profesionales de la ciencia, como los psicólogos o los neurocientíficos, por ejemplo, hayan tratado de encontrarle alguna explicación y, además, alguna ubicación en los seres humanos. Así encontramos el libro de Eduard Punset titulado precisamente El Alma está en el Cerebro.
Durante la redacción de El Ocaso de los Días, hubo un momento de la narración en el que me planteé hablar del peso del alma, esos famosos 21 gramos de los que se dicen que se pierden al morir. Hay un momento muy concreto de la novela en el que pensé que encajaría perfectamente, que además le daría un interesante golpe de efecto y cierta dosis de poesía adicional ( no te puedo hablar aquí de ese momento concreto por si no has leído aún el libro, aunque estaré encantada de contártelo si me mandas un mail).

Seguro que muchos de vosotros recordáis la película en la que sale Naomi Watts, si no me falla la memoria, que se titula precisamente así, 21 gramos. A mí, en su momento, me gustó mucho y, en cierta medida me impactó. Supongo que de ahí viene que, de pronto, acudiera esa idea a mi cabeza, pues estaba guardada en algún remoto rincón de mi memoria.

Así que me puse investigar acerca de esto por si tenía alguna base científica antes de incluirlo en mi libro. Leyendo por ahí, descubrí que sí hubo un médico en el siglo XX, un tal Duncan McDougal, que sostenía esta teoría y que llegó a hacer algunos experimentos con una suerte de balanzas para demostrar su hipótesis. Dicha teoría tuvo bastante repercusión, puesto que se difundió a través del New York Times, según parece, antes incluso de que fuera analizada por algún grupo de pares, es decir, por otros colegas del ámbito científico que estuvieran dispuestos a poner a prueba su hipótesis y refutar su teoría.
Sin embargo, aunque este médico defendió con tenacidad sus conclusiones, se ha demostrado que su investigación tenía bastantes errores metodológicos y que en ningún caso probaba que el alma tuviera peso alguno.
Aún así, ¿no os parece una idea que tiene cierto romanticismo? Tal vez por eso funcionó tan bien en el cine…
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